A finales de 1976 Jorge Rafael Videla, entonces general y presidente de
facto, visitó el pueblo de Juan José Castelli, en el norte del Chaco. En
el Colegio San José, las religiosas que lo conducían nos hicieron
formar al costado de la calle por la que iba a pasar el general y, a su
paso, nos obligaron a saludarlo agitando banderitas argentinas.
Años
después, cuando tuve la edad y el discernimiento para comprender
ciertas cosas, me sentí violentada en lo más profundo: jamás hubiera
querido yo, si se me hubiera dado la oportunidad de entender y elegir
(si se me hubiera informado debidamente), participar de un acto de
bienvenida a semejante represor. Muchas veces sentí deseos de buscar a
las religiosas y reprocharles esa violación de derechos de unas niñas
que estaban a su cuidado. ¿Cómo se atrevieron a exhibirnos para lavarle
la cara a un asesino serial de esa calaña? ¿Cómo justificaron ante su
moral cristiana esa utilización de pequeños seres inocentes?
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Elena Corvalan - Periodista |
Este
recuerdo se me presentó en tiempo presente el 20 de junio de 2016,
cuando me enteré de lo que pasó en Rosario. Claro que Mauricio Macri no
es Videla, pero la utilización de niños y niñas estaba ahí, igualita en
su forma. Niños y niñas agitando banderas argentinas y gritando
consignas de la Alianza Cambiemos. Me dio mucha bronca. Porque pensaba
que no volveríamos a ver violaciones tan obscenas de los derechos de los
menores a nuestro cuidado. Y aunque los funcionarios de más alto rango,
y quienes colaboraron con ellos, tienen más responsabilidad en estos
hechos, no dejo de decirme que si los que vemos esto no hacemos nada
para revertirlo, tendremos también que rendir cuentas con esos chicos y
chicas, o con algunos de esos chicos y chicas, cuando comprendan lo que
les hicieron hacer.
Por Elena Corvalan - Periodista - Facebook
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